viernes, 7 de octubre de 2011

Espejismo de otoño en El Cabezo

       
           Excursión al Cabezo por su cara norte, techo del macizo oriental de Gredos, para algunos Sierra del Valle (del Tiétar). Como viajábamos desde el sur tuvimos que atravesar la sierra por el puerto de Mijares. Al coronar el puerto dimos vista a un intento de mar de nubes hacia la parte oriental. Si septiembre hubiese sido, no más, sino algo lluvioso, probablemente ese mar fuese completo, pero este mes Ávila ha contabilizado su menor registro histórico de precipitaciones. Bajamos el puerto y curveando de una carretera a otra nos plantamos frente al Cabezo, entre Serranillos y Navarrevisca.




            El plan era simple, llegados a este punto había que elegir una garganta para subir y, para bajar, que era el motivo del viaje, la que desciende directamente al este del Cabezo. Esta parte de la sierra muestra cordales y vallejos como si fuesen un peine, y hay que elegir bien por donde subir. Pero ahora que llegamos aquí la niebla es impenetrable, ayer a más de treinta grados y ahora metidos en una espesa niebla otoñal. Comenzamos a andar, en teoría hemos de ir hacia el oeste y subir por una buena garganta, pero no hay ningún camino decente y los piornales están cargados de agua y no es cuestión de empaparse los pantalones nada más empezar a andar. Decidimos ir subiendo por donde el piornal esté más aclarado.


Piorno en primer término y cambronal con restos de sus flores secas

            Nos topamos con vacas errantes en medio de la niebla, encontramos algún bloque de sal que con el frío matinal, es un espejismo de los restos del último nevero. Vamos subiendo y hay que ir aligerándose de ropa, ha sido un placer después de tantos meses volver a ponerse un jersey y una camisa. Hace unos meses por aquí corría el agua por todas partes (ver entrada “Un glaciar de bolsillo”), pero ahora solo llevamos media botella pequeña y empieza a agobiarnos el no encontrar un solo manantial.



            La subida se pone dura, el piornal se nos va cerrando y tenemos que pasar a las rocas, donde normalmente se va más deprisa, a pesar del peligro, pero ahora resbalan más de lo que pensábamos, tenemos que ir por una vaguada muy húmeda en busca de algún manadero. Pero andar por esa hierba alta llena de trampas se hace muy difícil cuando el terreno se empina. El cervunal, que es el césped húmedo de alta montaña, tiene un crecimiento muy especial, se espesa y comprime, y se hace más resistente al agua que el suelo. Las macollas quedan en resalte y las aguas circulan rodeándolas o pasando por debajo de ellas. Resultado, cuando el suelo se empina queda un campo minado de hoyos en los que te puede caber la pierna entera, como pudimos comprobar.

Festuca gredensis en primer término y Avenella iberica con gotas de rocío.

            Estamos por encima del límite del bosque, es el dominio del piorno, (Cytisus oromediterraneus) que en Gredos está caracterizado por otra bellísima genistea, el cambrón (Echinospatum barnadesii) que tiene una floración escandalosa de la que todavía se aprecian las sumidades florales secas, ahora brillantes de rocío; en las partes inferiores, mostrando los límites potenciales del bosque, otra genistea, la abundante escoba Genista cinerascens, más alta y de ramas anaranjadas.

Cambrón (espinoso), piorno serrano (espeso y verde) y, más alta, abundante y clareádose, la escoba Genista cinerascens

Aquí se puede ver también la dominancia de los pastizales, unos se enseñorean de las zonas húmedas o nivosas, como el cervuno (Nardus stricta) cuyo nombre viene de ser el pasto cebruno, el de las cabras monteses, las antiguas cebras o encebras, de ahí toponímicos como Cebreros, el Cebrón, Cebreiro, etc. En las duras praderas crioturbadas (sometidas a ciclos de hielo/deshielo en el interior del suelo), los lastonares de las duras festucas (Festuca gredensis), duras gramíneas que colonizan la alta montaña ibérica, todas con hábitos parecidos pero con pequeñas diferencias tipológicas, función del diferente clima y suelo de cada sistema montañoso. En los altos y arenosos pedregales, algo térmicos, la cañuela (Arrhenaterum bulbosum), y donde la crioturbación ya no es tan intensa  e indicando la potencialidad del bosque, del cual muestran una baja etapa serial, los vallicares (Festuca elegans).

La bella Linaria elegans haciendo honor a su nombre específico

            Vamos ganando altura, en un hoyo del cervunal hay un hilillo de agua que da para llenar media cantimplora. Al llegar a un rellano, el cielo empieza a abrirse poco a poco, la niebla y el sol empiezan a jugar una danza, un partido amistoso, en el que el sol irá poco a poco tomando el mando. La excursión, a pesar del mal comienzo, ya ha merecido la pena, me veo como invitado, por sorteo, en un espectáculo único, con una  luz tan cambiante y especial, la hierba, mojada y brillante, la neblina que parece nacer del suelo, de detrás de los piornos y de las rocas, un cielo azul con nubes tendidas al sol…
























            Se me hace muy difícil elegir que fotos poner porque me gustan todas, me dolía el dedo de apretar el gatillo, el sol se difuminaba con la niebla en combinación con nubes altas que en algún momento mostraron unas irisaciones casi irreales fruto de la refracción de los rayos solares por los cristales de hielo que forman la nube.


            El triunfo de la luz ha puesto al descubierto el fracaso de las cabezas pensantes, estamos, ahora que lo vemos, bien lejos del plan inicial, estamos cerca del cordal principal pero lejos del Cabezo, del que nos separan un par de profundos valles completamente llenos de canchales. Vemos que nos puede llevar varias horas el llegar y el volver y, con la fulgurante subida de las temperaturas. la cosa se pone difícil.


Cumbre del Cabezo, poco más abajo el risco del Cabezo, al fondo entre nubes, cordales del Torozo

            Al final optamos por volver tranquilamente, otro día haremos la excursión que pretendíamos,  la intención inicial consistía en subir por una garganta, hacer cumbre en el Cabezo (2.128m), y bajar por la agreste garganta que baja directamente al este del pico, para buscar huellas glaciares en ese maremágnum de pedreras, en ese empinado valle que en una distancia de menos de dos kilómetros salva casi 700m de desnivel. Para ello hay que ir despacio viendo las formaciones rocosas, las formas y alineamientos de las pedreras y, de paso, ir buscando plantas poco corrientes que existen por aqui, encontrándose bastantes plantas finícolas de lo altogredense y plantas norteñas que tocan fondo en estas sierras.

Frutos del aquí abundante serbal de cazadores

            Entre las interminables pedreras es fácil distinguir líneas de flujo, casi montadas como uves en paralelo, a la inversa que el anagrama de los chevrons de Citröen, a veces rotas en su centro por incisiones torrenciales. Todas esas líneas, si se comprueban topográficamente en el terreno en la próxima ascensión si no hay niebla que nos confunda, parecen señalar la existencia pasada de una forma geomorfológica muy poco común en las montañas del centro peninsular, un glaciar rocoso. Un glaciar rocoso es una corriente de bloques movida por la gravedad, gracias a una gran masa de hielo intersticial entre esos numerosos bloques. Podría ser una excursión redonda si comprobamos ese glaciar rocoso en la subida, y huellas evidentes de glaciarismo en la bajada desde el pico principal.         


Lobulaciones y alineaciones de flujo de lo que podría ser un "glaciar rocoso"

            Vamos bajando por un área de piornales aclarados por el fuego Desde aquí vemos bien la montaña de enfrente, el Rojomanil, una pequeña cordillera paralela al cordal principal que nos muestra una cara sur llena de rocas, yelmos y dorsos de ballena, también una alta ermita roquera, San Pedro, lamentablemente muy desempedrada. Pero esa sierra está totalmente desfigurada por los fuegos. Hace años vi allí el mayor ejemplar de cambrón, dos metros y medio, con un tronco de más de 30cm de base, pero ya pasado por el fuego, por eso podía ver su tronco y ramificación piramidal.

            El uso del fuego en todas estas sierras es bochornoso, hace años la sierra estaba más poblada y trabajada, también se usaba el fuego, pero con una precisión de cirujano. Antes a los pequeños y grandes altos pastos abiertos se les llamaba regajos, pues bajo casi todos los manantiales se tendía un pequeña red de regueras que distribuían el agua para regar la mayor superficie de pasto posible, hoy esa red que requería un mínimo pero constante mantenimiento, está medio perdida; también las sendas y caminos están echados a perder, de no ser por los movimientos rutinarios del ganado, al moverse los pastores en todo terrenos y usar solo las pistas, que rompen, literalmente, las laderas para su construcción.

Sierra del Cabezo, puerto de Serranillos y cordal del Torozo al fondo.

     Hoy el manejo del fuego es ilegal, lo que está bien, pero lleva a que los vaqueros prendan, se larguen y dejen el fuego a su suerte. La época de los fuegos son los días tranquilos de anticiclón de octubre y noviembre, pues el suelo en esa época permanece con humedad en su interior y la hierba apenas se resiente de perder su parte aérea. En esos meses un observador con cierta perspectiva puede apreciar unos cuantos fuegos al mismo tiempo en Gredos, desde El Tiemblo hasta Navarredonda. Pero hoy ya importa poco cuando se queme. Para colmo de males, hasta los mismos ganaderos salen perdiendo, pues los suelos van empeorando su calidad y poder de retención de agua.

Pastizal levantado por los jabalíes por el abandono de los cercados de piedra




La erosión entra a saco en los suelos arenizados y las aguas desatadas hacen más daño aún que el fuego. Comienza a instalarse una rala vegetación cada vez más pirófila (adaptada a fuegos repetitivos), los vallicares y lastonares, de escasa apetencia para el ganado, y van desapareciendo las especies de arbustos más competentes para crear buenos suelos como el cambrón y el enebro rastrero, auténticos protectores de los suelos montanos, siendo sustituidos por piornales y escobonales, al mismo tiempo que el bosque incipiente no llega a prosperar.

Cerco para el almeal, grandes serbales y prados colonizados por juncales indicando la posibilidad de bosquetes de álamos temblones

            Esta acción del fuego sobre la vegetación lleva por otra parte a que se desaten fenómenos erosivos poco corrientes como son los debris flows, en castellano (coladas de bloques y barro). Este fenómeno es muy abundante en estas verticalizadas laderas y son de un impacto visual enorme cuando están frescos y a posteriori inician y dirigen la instalación de la red hidrográfica. Ocurren tras largos e intensos períodos de lluvias en que determinadas bolsas de materiales finos bajo la superficie, se cargan de agua hasta que la presión no puede ser mantenida, (casi siempre por la pérdida del manto vegetal protector), y se rompe el suelo para dejar caer, ladera abajo, una gran lengua de barro y rocas que, a toda velocidad, va rompiendo la ladera e incorporando nuevos materiales a su paso, hasta perder velocidad y depositarse en la base de la montaña, tras varios cientos de metros recorridos. De vuelta nos vimos metidos a la salida de una garganta en un canal rodeado de dos grandes muros de bloques sueltos, eran los levees o muros laterales del chorro de la colada erosiva, poco antes del final de un debris flow.

Muralla de bloques depositada por una colada de bloques y barros a la salida de una vaguada

            Llegamos al pie de las laderas, donde empiezan los prados cerrados, hoy secos como nunca, pero salpicados de nacederos rezumantes por todas partes, que en muchos casos son colonizados por bosquetes de álamos temblones, (Populus tremula);  son muy abundantes, como en ningún lugar de Gredos, los serbales de cazadores (Sorbus aucuparia). Veo que en muchos prados han desaparecido bosquetes y lo que queda luego son juncales indigeribles para el ganado, cuando a éste le vale más su la sombra y la hierba mantenida con su protección que un duro juncal. Otros prados están perdiendo su vallas y los jabalíes levantan los céspedes como si fuesen tepes de jardinería.

Bosquete de álamos temblones instalados en nacederos y bordes de garganta

            Ya cerca del fin de la ruta nos metemos de lleno en varias buenas turberas en las que todavía quedan algunas plantas específicas de estos medios, como las parnasias (Parnasia palustris) y las droseras (Drosera rotundifolia), las vacas por hambre se han tenido que meter en las turberas a ramonear las duras brecinas (Calluna europaea). Es una pena no haberlo visto a principios de verano pues está lleno del llamativo algodón silvestre del junco lanudo (Eryophorum angustifolium), junto al que aparecen parnasias, orquídeas, cárices, violetas de turbera (Viola juresii) y, por supuesto, el musgo esponja de las turberas (Sphagnum sp.).

Droseras y brecina naciendo entre la esponja de musgos Sphagnum

La bella Parnassia palustris adorna estas turberas

            En unos corrales podemos beber por fin, de otro hilillo de agua que han llevado hasta su puerta, a la sombra de un sol de justicia que desmiente las buenas sensaciones otoñales que hemos disfrutada la primera parte de la mañana. Ahora el sol aprieta con ganas, tanto que la sensación de luz y la cabeza recalentada apenas se puede mitigar con el agua. Seguimos esperando que empiece de una vez por todas el otoño.

Adorno en una cabaña vaquera en la que por fin, pudimos beber agua limpia. 


            


         







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