martes, 31 de julio de 2012

Los robledales manchegos mesomediterráneos



  Hablar de los robledales manchegos mesomediterráneos es prácticamente hablar de los robles de Ciudad Real pues los muy escasos de Albacete, los de Cuenca y los de Guadalajara, pertenecen al piso bioclimático supramediterráneo; solamente Toledo posee algunos robledales parecidos a éstos, en algunos vallejos al pie de Montes de Toledo, en las faldas del Piélago (también Sierra de San Vicente) y los más interesantes, y ya claramente mesomediterráneos, en su casi “verata” esquina noroccidental.


Hojas del roble melojo (Quercus pyrenaica)a contraluz, las más hermosas de todos los robles ibéricos 

La localización y tamaño de los robledales es muy variada, se encuentran en las estribaciones de Sierra Morena y Montes de Toledo o al amparo de montañas menores entre ambos sistemas montañosos , casi siempre ceñidos a vallejos bien conservados. Estas localidades son siempre lugares muchos más frescos (microclimas) que el entorno general (macroclima) que los rodea. Estos bosques suelen depender de buenos arroyos o de un aporte hídrico supletorio, (compensación edáfica), aunque no siempre. Su gama altitudinal va de los 500m en las cercanías de Puebla de Don Rodrigo, al oeste, hasta el límite entre el piso mesomediterráneo y el supramediterráneo a unos 900 o 1100m, según sea umbría o solana. También podemos encontrar restos de robledal en zonas altas de algunas serretas orientales, como en Calderina-Sierra Luenga y la Sierra de Calatrava, marcando el límite oriental de un robledal muy venido a menos.


Interior de un buen robledal en el suroeste de Ciudad Real

Si estamos hablando de comunidades vegetales con unos requerimientos ecológicos tan limitantes, en unos lugares que apenas llegan a cumplir esos condicionantes, el factor de un muy buen estado de conservación de la cubierta vegetal es determinante. Esta condición es fundamental a la hora de explicar la presencia de muchas especies en estos lugares, y a mí me han llevado a mantener en algunas discusiones que el estado general de los robledales de Montes de Toledo y Sierra Morena, a pesar de estar lejos del óptimo bioclimático del roble (Quercus pyrenaica), es mucho mejor que el de los robledales del mucho mayor y más húmedo Sistema Central ibérico.


Robles cerca de una arroyo (compensación hídrica) y robledal de ladera (climácico), al fondo

El buen estado de conservación de gran parte del territorio es debido, en gran medida, al régimen de propiedad latifundista de estas regiones, en las que el hombre, (muy poco presente dada la escasez de municipios), no ha tenido que luchar con la naturaleza para sacarle todo el beneficio posible. Estamos en el reino de las grandes fincas cinegéticas, en las que el prestigio de la posesión es casi más importante que el beneficio económico real que se obtenga de ella.



Bosque mixto de quercíneas, sin hojas: robles y quejigos; alcornoques (verde oscuro) y encinas (grises)

En general, muchas de estas fincas no se sometieron a la apisonadora de la política forestal de las grandes repoblaciones con pinos y eucaliptos de los años 60 y 70, existiendo hoy en día un enorme contraste ecológico entre los montes con vegetación natural y los pinares de los montes consorciados (situación disclimácica). Para colmo económicamente, a la larga, ha sido mucho más rentable el monte de vegetación natural, con aprovechamientos como leña, caza y apicultura que los pinares, sin contabilizar la gran inversión económica del: desmonte, aterrazado, plantación, mantenimiento y medios contra incendios; debido al declive comercial, primero de la resina y luego de la madera de pino.



Esta es una idea general plagada de diferentes realidades particulares. Un caso demasiado frecuente hoy es el de muchos “nuevos ricos” que pretenden conseguir en pocos años una producción “industrial” de trofeos de caza. Pero el monte tiene un aguante, existe una “capacidad de carga”, de presión cinegética sobre la vegetación que es sobrepasada en la mayoría de los casos y cuyos efectos, en forma de madroños recomidos, mirtos rastreros o vegetación muerta, son fácilmente detectables. Para colmo, estos animales suelen preferir los plantones y brotes tiernos, perjudicando seriamente la regeneración normal del monte y, en mayor medida, la de aquellas especies en peligro o en su límite territorial, tales como abedules, tejos, mirtos y acebos, cada día menos comunes aquí y, prácticamente, sin regeneración alguna.

Fuera del robledal pero muy cerca, el endémico y escaso clavel Dianthus toletanus

Frente a este mal general, se unen otros menores pero también lamentables, como son el acogimiento a las subvenciones por reforestación, que si bien en algunos casos han sido ecológicamente positivas, en la mayoría ha llevado a labrar unos campos que hacía ya muchos años que no se labraban y que estaban en un muy avanzado estado de reforestación natural, desandando el mejor de los caminos posibles para la regeneración del monte. Estas tierras se han roturado (lo que destroza la estructura del suelo y su vida interna: hongos, geófitos, microfauna, etccétera), para meter, en muchos casos, especies ajenas a estos territorios, como diferentes tipos de pino e incluso la gran retama alóctona Spartium junceum. Ni que decir tiene que estas ayudas han ido a parar a quienes menos ayuda necesitan.

Siempre acompañando al bosque la flor ibérica más grande, la peonía

Estos robledales, en el auténtico límite ecológico de la especie, tienen una gran riqueza florística dada su situación ecotónica, es decir de estar con un pie en el mundo fresco y húmedo, y otro en el seco y caluroso. Plantas que han ido desapareciendo por el cambio a condiciones menos húmedas que las pasadas, encontraron refugio en estos medios. También dado el aporte hídrico edáfico, se produce aquí una mezcla entre especies forestales y ribereñas; la gama vegetal, la catena de vegetación, entre la que está con sus pies en el agua y aquella que permanece ajena a esta influencia, queda reducida a unos pocos metros en los que todo se mezcla y enriquece.


Grandes macollas de cárice portuguesa, Carex paniculata subsp. lusitanica, en un humedal del bosque

El séquito de plantas que acompaña a los robles es diferente a la que aparece en los robledales de mayores alturas, si bien tienen algunas especies nemorales en común. Destaca poderosamente la belleza de gran parte de las plantas características, mucho geófito y plantas de flores grandes como narcisos, lirios, anémonas, botones de oro, ajos, etcétera que hacen de estos lugares hermosos jardines botánicos silvestres a lo largo de toda la primavera.


El lirio español (Iris xiphium), este año menos abundante de lo normal

Un catálogo florístico aproximado, y perdón por los latinajos, sería: Especies nemorales: (Peonia broteroi, Pteridium aquilinum, Doronicum plantagineum, Geranium sylvaticum, G. disectum, Ornithogalum pyrenaicum, O. ortophyllum, Vincetoxicum nigrum, Iris xiphium, Allium massaessylum, Clinopodium arundanum, Trifolium ochroleucon, Teucrium scorodonia, Geum sylvaticum, Conopodium majus, Origanum virens, Brachypodium sylvaticum, etcétera).

Una planta usada en jardinería, la térmica Teucrium fruticans

Especies nemorales con carácter ribereño (Lonicera hispanica, Inula salicina, Narcissus hispanicus, Centaurea nigra, Filipendula vulgaris, Genista tinctorea, Vinca difformis, Stachys officinalis, Prunella vulgaris, Mentha aquatica, Scutellaria minor, Agrimonia eupatoria, Anemona palmata, Rosa sp, Rubus sp., etc).

La planta más representativa de este tipo de robledales, la compuesta Inula salicina

Especies de bosques más térmicos: (Genista tournefortii, Teucrium fruticans, Thapsia nitida, Magydaris panacifolia, Smyrnium perforatum, Euphorbia amygdaloides, Serratula abulensis, etc.) y algunas plantas singulares de los bonales de la región como (Myrica gale-el mirto de Bravante-, Narcissus muñozii-garmendiae, Genista anglica, Erica tetralix, Scilla rambureii, Walenbergia hederacea, Anagallis tenella, etc.) y algunas rarezas puntuales como Teline monspessolanus, Iris foetidissimus, Lepidium villarsii, Polygala vulgaris, Melitis melissophylum, Primula veris, Allium scorzonerifolium, etcétera.


Una escasa joya entomológica, el coleóptero cerambícido Nustera distigma

Vistos y localizados la mayor parte de los robledales y robles sueltos de la zona, estoy convencido que la abundancia de topónimos relacionados con el roble en lugares donde hoy en día no aparecen, reflejan una situación nada lejana, en que los robles ocupaban una superficie mucho mayor que el actual. Además el robledal no es tan débil  frente a la sequía como pueda parecer, tiene varias estrategias para perpetuarse, tales como una gran producción de hojarasca que hace de manta protectora de los suelos, evitando el escape de la humedad a la atmósfera con gran efectividad; otra es el crecimiento estolonífero de sus raíces que crean un paquete, una madeja de raíces, brotes y tierra que protegen el suelo, evitando una posible erosión por donde se fugaría la humedad y los nutrientes. En ocasiones los arroyos quedan encajonados en esta apretada red, creando zonas peligrosas, verdaderas trampas de unos dos metros de profundidad tapadas por las ramas.


Una sorpresa en medio del bosque, una buena cascada aún en este año tan seco

A pesar de estas estrategias, que permiten sobrevivir robles en lugares impensables como la Sierra de Calatrava o en algunas sierra orientales como Calderina-Sierra Luenga, están desapareciendo a ojos vista, potenciadas por una nefasta política forestal y/o un exceso de presión de la fauna cinegética. Allí en varias zonas los robles altos han desaparecido y quedan “pimpollos” de escasa talla que mueren cuando se unen varios factores adversos o cuando se prolongan las situaciones de sequía, para volver a rebrotar con menor empuje al año siguiente y así, sucesivamente, hasta su completa desaparición.


Un bello geófito de los bonales y humedales de esta zona, también en el robledal: Scilla rambureii

P.D. /Gracias a Jose Ignacio López y Colón por la identificación del escarabajo



miércoles, 4 de julio de 2012

Mijares, vegetación del norte en el centro peninsular

Cuando la primavera se ha ido definitivamente, no hay nada como subir a buscarla a las alturas, ir a otro piso altitudinal a disfrutarla. Este mes de mayo ha sido demoledor, pocas veces la primavera ha sido tan breve y precipitada como este año. Nació helada y sedienta, solamente abril tuvo algún miramiento, lloviendo un poco más de lo normal, paliando en algo la seria sequía que se ha ido acumulando mes a mes.

En plena canícula estos rincones norteños hacen olvidar el ambiente africano reinante

Mayo empezó con una semana de temperaturas inferiores a las normales que con el agua caída en abril, auguraba una buena explosión primaveral. Pero las expectativas duraron poco, el 12 de Mayo, haciendo fotos de orquídeas, ya soporté los 35°C que se mantuvieron durante toda una semana. El mes acabó con dos grados por encima de la media, ya caldeada, de los últimos 30 años y eso provocó el marchitamiento, en muchos casos anticipado, de gran parte de la vegetación.

Malva tournefortiana abundante en esta zona del sur de Gredos

Desde entonces ha hecho tanto calor que casi solo me apetecía salir a lugares frescos, que en estas latitudes son cada vez más escasos. He estado buscando lugares frescos por esta zona central ibérica, auténticas "islas atlánticas en un mar de vegetación mediterránea", como las denominó el insigne botánico don Salvador Rivas Goday, describiendo lugares de Sierra Morena y del occidente de Ciudad Real. Fruto de esas salidas haré una próxima entrada sobre los robledales manchegos de zonas bajas.

Dianthus lusitanicus, el clavel de las rocas; en cotas mucho más elevadas también vi Dianthus deltoides

El pasado fin de semana dio una tregua el asfixiante inicio de verano que llevamos y, aunque ventoso, daba gusto estar al aire libre sin agobios. Estuve dando un paseo por la vertiente sur de Gredos, en la localidad abulense de Mijares. Este pueblo posee, a diferencia de casi todos los pueblos de la cara sur de Gredos, un genuino carácter norteño que se refleja claramente en su vegetación. Los encinares de las zonas bajas que llegan hasta los 450m del río Tiétar, aparecen ya totalmente agostados, pero en las zonas de media montaña aún es primavera e incluso en las áreas superiores, pues el término de Mijares supera los 2200m, aún está empezando la floración.

La manzanilla de Gredos, Santolina oblongifolia, aquí a 1000m, pero en los 2100m aún no ha florecido

Aquí la vegetación, a pesar de las antiguas repoblaciones de pinos resineros y de la recurrencia de los incendios de piornal que azotan las zonas superiores del bosque, aún se mantiene en buen estado de conservación. Afortunadamente los clásicos grandes incendios forestales de la zona pinariega del valle del Tiétar han flanquedo ambos lados de este valle (como en Gavilanes y Casavieja), pero no han llegado a entrar aquí.

La bella Argynnis pandora, una gran planeadora, sobre Carduus carpetanus

La explotación humana, como en todo largo y racional aprovechamiento del monte, ha dado un mosaico de usos en sintonía total con las posibilidades del terreno y un aprovechamiento mesurado y acorde a los recursos disponibles, tanto para la ganadería como para la agricultura; si bien el aprovechamiento forestal ha llevado a una expansión excesiva, y hoy en día poco rentable, del pino resinero (Pinus pinaster).

El acebo destaca con el brillo del sol pareciendo mojado como reza su nombre latino Ilex aquifolium

El bosque previo que partía de unas muy antiguas repoblaciones de pino resinero, aparecía en los mapas de mediados del siglo XX como bosque mixto. La abundancia de arroyos, zonas rocosas y una abigarrada orografía han creado una gran variedad de situaciones microclimáticas que han potenciado la pervivencia de especies forestales atlánticas que se encuentran en franca recesión en ambas caras de la sierra.

Un buen vallejo atlántico: en flor genistas floridas y saúcos, más oscuros, tejos y acebos

Con los años y el abandono agrario, este bosque mixto ha ido derivando a un monocultivo del pinar en detrimento de todos los demás usos. Las pistas de acceso fueron orientadas más a la extracción de la madera que al acceso a las fincas agrarias; esto junto a la profusión de cortafuegos, en unos terrenos sometidos a una fuerte régimen de precipitaciones de carácter orográfico, han provocado que la erosión debida a la torrencialidad sea una constante en las laderas maltratadas, por desgracia abundantes en estos valles.

Zygena trifolii sobre botón azul (Jasione montana)

En lugares cercanos a fincas agrícolas, bordes de caminos, linderos y situaciones topográficas de difícil explotación pinariega, abundan los robles (Quercus pyrenaica) que son la auténtica vegetación potencial de estos montes. Por otro lado, sobre los cursos de agua se asientan las alisedas, acompañadas por algunos fresnos y sauces, vegetación muy extendida fuera de estos lugares, dado el gran aprovechamiento de los arroyos, con acequias, regueras y desvíos para regar los abundantes prados, lo que amplía el área de esta vegetación de carácter ribereño.

Entre la aliseda un gran ejemplar de olmo de montaña (Ulmus glabra)

La vegetación potencial de estos montes fue cediendo a la explotación humana del terreno que aquí se muestra en forma de prados de siega y castañares. En los últimos años ambos aprovechamientos están en desuso, los castaños poco cuidados y aquejados de varias enfermedades que están diezmando sus efectivos; y los prados perviviendo solo los más accesibles y con sus vallados de mampostería desmoronándose poco a poco, lo que lleva a que el ganado suelto se enseñoree de lugares y bebederos a los que antes no tenían acceso, acrecentando el deterioro de prados, vallas y fuentes.

Los castaños (Castanea sativa) en plena floración

En la vecindad de arroyos y en vallejos con buena orientación abundan especies atlánticas cada día menos comunes, como son los olmos de montaña (Ulmus glabra), tejos (Taxus baccata), saúcos (Sambucus nigra) y acebos (Ilex aquifolium); en zonas rocosas poco accesibles al fuego quedan aún los pinos que dominaban las laderas más rocosas desde tiempos inmemoriales, los pinos cascalbos (Pinus nigra) como los denominan en esta zona; también algunos arces (Acer monspessolanum) muy escasos en Gredos. Subiendo en altura ya no es tan necesaria la humedad extra aportada por los arroyos y, tejos y acebos, solo necesitan estar en posiciones inaccesibles al fuego para prosperar, también aquí entran en escena los abundantes serbales de cazadores (Sorbus aucuparia)..

Un gran pino cascalbo, ya muy escaso en Gredos, tras un enebro

En la vegetación de menor talla también hay un gran cambio respecto a las cercanas áreas inferiores, aquí aparecen especies propias de lugares más fríos y húmedos. Donde mejor se aprecia esta vegetación es en la orla forestal y en las zonas de elevada humedad (Digitalis purpurea, Lamiun roseum, grandes helechos, etc.). A esta vegetación hay que añadirle el elemento propio de estas sierras, los endemismos gredenses y carpetano-leoneses: (Echinospartum barnadesii, Adenocarpus hispanicus, Carduus carpetanus, Reseda gredensis, Santolina oblongifolia, Thymus bratychina, Linaria nivea, etcétera).

La hermosa Linaria nivea gusta de suelos ricos en materia orgánica

Posteriormente subí hasta la zona de los 1500m., aquí estaba ahora en su apogeo la floración del cambrón de Gredos (Echinospartum barnadesii) y la de la grande, y aquí abundante, genista florida, ya pasada la del masivo piorno serrano (Cytisus oromediterraneus) y lejos ya de la del codeso (Adenocarpus hispanicus). Todos contribuyendo a la estampa típica de Gredos en este tiempo, una estampa en tonos amarillo-anaranjados de los piornales, verdes de los cervunales y grises graníticos, siempre con un cielo fuertemente azul en el que destacan unas blanquísimas nubes de evolución.

El cambrón en plena floración arroja una de las clásicas imágenes de Gredos

También fui a ver alguna muestra de una de las comunidades vegetales más interesantes de Gredos, las comunidades megafórbicas, literalmente: vegetación de grandes hojas. Ésta se da en lugares donde se conjugan una gran humedad, áreas sombreadas y suelos con mucha materia orgánica, unidas aquí a una prolongada innivación. Aquí aparecen plantas de montaña que podríamos encontrar en los Pirineos o en los Alpes (azucena silvestre: Lilium martagon, sello de Salomón: Polygonatum verticillatum, uva de zorra: Paris quadrifolia, primavera: Primula elatior, clérigos boca abajo: Aquilegia vulgaris, acónitos: Aconitum napellus y A. neapolitanum, vedegambre: Veratrum album, Doronicum sp., etc.).

La azucena silvestre, también conocidas en jardinería y ramos de novia como Lilium, una planta escasa propia de comunidades megafórbicas

Todas ellas auténticas joyas y plantas en su mayoría en trance de desaparición por el aislamiento de sus poblaciones, por el cambio climático, por la recolección dada su belleza e incluso por la herborización botánica. Plantas que debemos cuidar especialmente por su fragilidad y por su rareza, unas candidatas perfectas para la instalación de micro-reservas que las preserven aunque a veces con esta protección se les da a estas áreas una peligrosa publicidad extra no deseada.
Aún así y desmereciendo las fotos, vaya una muestra de su belleza.

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